lunes, 8 de febrero de 2016

Derecho de huelga y democracia. A José Alcázar, Tomás García, Enrique Gil, Rodolfo Malo, Jerónimo Martín, Raúl Hernández, Edgar Martín y Armando Barco, (los 8 de Airbus)

Mañana juzgan a ocho compañeros míos. No los conozco personalmente, pero sin ninguna duda son mis compañeros. Compartimos compromiso social, luchas y la convicción de que sólo organizándonos podemos mejorar las condiciones de vida de nuestra gente. Su delito no es otro que defender mis derechos (y los tuyos).

La constitución española reconoce el derecho a huelga como un derecho fundamental y por tanto, especialmente protegido. El código penal por su parte mantiene en su artículo 315.3 un redactado franquista que persigue con más saña a quien en el ejercicio de su derecho monta un piquete de huelga que al que en el ejercicio de su poder (económico o de dirección) impide a alguien ejercer su derecho de huelga. Que hay una contradicción entre la Constitución y el Código Penal es evidente. Que el gobierno del PP, que ha modificado el Código Penal para limitar derechos y libertades, no ha querido adecuarlo al mandato constitucional también. Que un artículo como el 315.3 que llevaba décadas “dormido”, despierte simultáneamente en toda la geografía nacional con jueces y fiscales de diferentes comunidades autónomas empecinados en perseguir sindicalistas no parece fruto del azar y sí de una división de poderes muy desdibujada por no decir inexistente.

La ley mordaza, la de seguridad ciudadana, el encarcelamiento de dos titiriteros por hacer una sátira (con mayor o menor acierto) o la persecución sistemática de sindicalistas por defender derechos colectivos son algo más que síntomas de que algo no está funcionando bien.

Los más jóvenes no habrán oído hablar del Proceso 1001, pero el paralelismo es inevitable, nuestros compañeros, los de entonces y los de ahora, enfrentando penas de cárcel por defender nuestros derechos, los de la clase trabajadora.

Mañana, como entonces, sindicalistas de las Comisiones Obreras se sentaran delante del juez, habrán pasado entre un juicio y el otro más de cuarenta años, pero mientras algunas cosas parecerá que han cambiado poco, como esos héroes de la clase trabajadora que  viven la lucha con la generosidad del que sabe que el camino se hace andando, otras serán radicalmente distintas, en las calles, por suerte no sonará el ruido de sables que acompañó el Proceso 1001, pero tampoco sonará (lamentablemente) el clamor popular que entonces arropaba a los nuestros. Algunas veces da la sensación que nuestra democracia se ha hecho vieja antes incluso de haber madurado.


Algo no está funcionando bien cuando, en pleno siglo XXI, tenemos que insistir que Huelga No Es Delito.